Y estamos terriblemente encerrados entre las posibilidades que el otro nos da, porque de algún modo somos lo que el otro nos deja ser y nada más que eso. es como si fuera un gran juego, creamos un personaje y lo representamos constantemente y sin notarlo, desarrollamos habilidades y cualidades particulares a los ojos del otro, al cual le gusta tal o cual característica nuestra y le disgustan ciertas actitudes y reacciones; hasta quizás también algún que otro rasgo intrínseco puede molestarle. esas cosas bonitas y no tanto construyen nuestro personaje, es decir que es el otro el que lo construye: para cada juego somos construidos por nuestro adversario que es al mismo tiempo nuestro aliado y nuestro juez. también es él quien nos pone los límites pues su actuar y su sentir van condicionando los nuestros. y el juego se desarrolla con completa normalidad, cada uno atrapado en la imágen que el otro tiene de él va saltando de casilla en casilla pero sólo por aquellas que el otro, conscientemente o no, habilito con su propio andar.
y de esa manera no nos permitimos sentir de determinada manera, o mejor dicho nos rehusamos a clasificar nuestros sentimientos, porque controlarlos es algo que ciertamente no logramos. y es tan terriblemente razonable que no podamos admitir que eso que nos pasa con esa persona a la que tenemos que rogarle para que nos salude es lo que en otras circunstancias habríamos denominado sin dudarlo demasidao "me gusta". porque es ciertamente aterradora la manera en la que este juego nos va envolviendo y va haciedno que lleguemos a creenos nuestro papel, a olvidar qué había detrás del personaje y que nos mintamos a nosotros mismos a medida que vamos cayendo como por una espiral en le miedo a la falta de una cosa asquerosamente dulce e inexistente, la reciprocidad.
12.03.2006
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